lunes, 24 de septiembre de 2007

¿Paraíso o realidad?

Hablar de la victoria de Tigre ante River es redundar en algo que se caía de maduro. No por el resultado, que es sorpresa por los nombres pero no por los hombres. En el fútbol, no se gana más con los apellidos ni el currículum. El talento es imprescindible, pero la actitud no juega un papel secundario.
Si no lo creen, vean cómo Castaño, que hace escasos tres años era un ignoto jugador del Argentino B manda en el medio, cómo Blengio marca con la misma seriedad y efectividad al 9 de Cambaceres y al de River –no lo digo por Sánchez, desafortunadamente lesionado-. O cómo Lázzaro va a todas, como lo hacía en la B, en República Checa o en el ascenso de Italia. O cómo Jiménez (cuando jugaba en el ascenso, trabajaba en una panadería) o Galmarini se entregan, sabiendo que hace poco tiempo lo hacían ante equipos del “under” de nuestro fútbol. O cómo Cagna, que llegó a Victoria como un paracaidista, se convierte en valuarte histórico de un club de gran convocatoria, históricamente mal administrado y desaprovechado en todo ámbito, como lo es Tigre. Ejemplos sobran.
Pero los medios enfocan las miserias de River porque es negocio, tiene mucha más historia. Porque Ortega, el único que mostró actitud ganadora –más allá de lo que lloró y de su expulsión-, vende más que Román Martínez. Porque Carrizo entra a la cancha bañado en perfume o Falcao se hace un baño de crema más fashion que el look “pájaro loco” de Ereros. No se engañen.
Más allá de cuestiones internas, el partido del domingo es un claro indicio de una contraposición que se ve más en Europa que por estas latitudes: el aburguesamiento -incomprensible- de jugadores de un equipo que vale millones pero no demostró su valía, contra el hambre de gloria de un equipo que, a base de espíritu amateur, conocimiento de limitaciones e ir al frente, lo vapuleó. Como si se hubiesen intercambiado las camisetas.
Fuera de las cuestiones técnicas y tácticas -River muestra fragilidades con los pelotazos frontales, los centrales cometen errores de principiantes y siguen las firmas- o del hinchismo de cada uno, hay mucho por rescatar de lo del domingo. El fútbol es un juego y si estás convencido y con las ideas claras, le ganás a cualquiera. Y no vengan con que se emparejó todo para abajo: el equipo que se lució era infinitamente inferior en los papeles y le pudo haber hecho dos o tres goles más. Tigre lo presionó, lo maniató y lo bailó. Lo dejó sin reacción. Puso ganas y, como si fuera poco, jugó bien. De a ratos, mostró un fútbol de alto vuelo, sin rifar la bola, ni siquiera en momentos donde es aconsejable hacerlo.
En fin, le ganó 4 a 1, pero lo perdonó. Y ni siquiera necesitó la mano que le dio Laverni –impresentable, como Baldassi en San Lorenzo-Tigre- en el gol de Jiménez (que esta vez el llanto no tape la incapacidad, por favor) para corroborar su superioridad.
Además, hay algo que criticar en nuestros medios: ¿Por qué un jugador es de la B o de la A? es una clasificación absurda. Que hay diferencia en los ritmos, en la infraestructura y en los intereses, se entiende. Que un partido de estos se da muy de vez en cuando, también. Pero debemos ser menos terminantes en los juicios, no encasillar y saber tener la frialdad para entender el juego y no vivir tirando bombas -como los casos de periodistas reseñados en este blog, más los que vendrán-.
Felicidades Tigre. Ojalá la zona norte lo tenga muchos años a este nivel y pueda ser aprovechado deportiva y socialmente. Caruso Lombardi no se equivocó cuando dijo que era un gigante dormido a fines de 2003. Y que sea el comienzo de algo mejor porque lo más destacable es que, sin magia, la clase obrera puede llegar al paraíso.
Por Pitufo Gruñón (Corresponsal).

No hay comentarios.: